Permítanme que, satisfaciendo la curiosidad de algunos interesados, le desvele también a Vd., querido lector, el “
secreto”.
A pesar de su similitud gráfica con un espermatozoide, Los Rosales nace bajo la supervisión médica de Camillo Sitte –la calle, la plaza, la diversidad de usos-, al tiempo que no es ajena a la concepción de la tercera dimensión, que como consecuencia de una razonada bidimensionalidad, hace que la cuarta función y pueda llegar a integrarse en el concepto de urbanismo-arte.
Esta raqueta urbana que nace impregnada de la topografía del terreno es similar a aquellas cuya vocación fundamental es la búsqueda de bienestar social y del diálogo entre el ciudadano y su entorno proyectado. Hoy, la Ciudad Nueva de Los Rosales es ya en parte una realidad y todo hace presagiar que su resultado final será absolutamente fiel al viejo y sabio postulado de Aristóteles: “Que la ciudad se edifique de modo que dé a los hombres seguridad y les haga felices”.
Y como diría Sitte, para mejor cumplimiento del segundo deseo del sabio griego, “el urbanismo deberá ser, no solo un problema técnico, sino el verdadero y máximo sentido, también en Arte”.
Supongo que es de agradecer que nuestros primeros dibujos sean también el final de la misma realidad urbanística en ellos concebida. Nada se cambió. Pocas veces la rentabilidad económica y política yacen en la misma cama que la razón creadora. Esta es una de ellas y agradecidos estamos, y podemos considerar, pues, que los criterios utilizados son los mismos del citado vienés que, a Dios gracias, por un problema de tiempo no recibió la “Carta de Atenas”.
Las Torres delimitan la entrada a la ciudad que, a través de un bulevar, nos lleva a la Gran Plaza semicircular. Los grandes bloques que conforman el bulevar son contenedores de pequeñas plazas abiertas y porticadas, lugares pensados como sala de estar externa. La Gran Plaza, cuyas dimensiones son cuatro veces la Plaza de María Pita, está proporcionada en base a razones áureas. La combinación entre espacios verdes y espacios duros, la irregularidad topográfica y el control intelectual del hombre sobre el espacio proyectado fueron elementos ordenadores de este planeamiento.
Por el contrario, los últimos esquemas urbanísticos de nuestra ciudad –Matogrande, Elviña y Mesoiro- son hijos de padre desconocido, aunque genéticamente sus neuronas espaciales pertenezcan al universo creativo de Le Corbusier. Su pureza bidimensional fue violada por mediocres proyectistas que engendraron volúmenes cuya única razón estética era la estática. Ahora, excesivamente confiados en la fragilidad de la memoria histórica, prefieren negar, con un leve encogimiento de hombros, a sus hijos.
Habrá que pensar, en su descargo, que estos monosilábicos de la arquitectura, monocromistas y portadores del virus –menos es Mies- han empezado a considerar que el ornamento no es delito y tal vez hayan averiguado ya que el scherzo fue el tatuaje de J.S. Bach.
Más es más
Los Rosales: arquitectura tatuada
De la seguridad, la felicidad y el tatuaje
¿Menos es más?
AUTOR: Antonio V. Liñeiro
IMAGEN: Cortesía Google Earth
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