“
Sobre aquel cerro levantaremos un faro/torre que sobrepasará los cien metros de altura”.
Sabía Hércules que aquel trozo de tierra elevada estaba a unos cincuenta metros de altitud sobre el nivel del mar: “Y se realizará en base a la proporción vitruviana, con referencias humanas, extremidades, tronco y cabeza, y sus ojos serán faro y luz de la Nueva Ciudad, que tendrá nombre de mujer. Porque en ella, en su interior, se albergarán nuevos pensamientos creadores de una grande y bella urbe. ¡He dicho! Alea jacta est”.
A partir de ese momento, la suerte estaba echada y A Coruña empieza a andar, no sin luchar para hacer historia. Unos, en el antes; otros, en el después. Celtas, romanos, suevos,…Estatuto de Autonomía y creación de la Universidad. Y se abre una nueva página y la ventana de Lao Tsé se hace realidad. ¿Qué ventana? Aquella que, ya en el presente, presume Umberto Eco y cuya función primaria es dar luz y ventilación.
La nueva luz penetra en A Coruña y ésta se hace tres veces tres, como aquel cuerpo humano hecho arquitectura fálica que fue y es nuestra Torre de Hércules en la que se recogen los principios constructivos y espaciales nacidos del Arte Romano, donde posiblemente Marco Vitruvio dejó plasmadas sus teorías estructurales y sus principios arquitectónicos. Aunque más tarde el maestro Giannini, en 1788, le hiciera esa “camisa de fuerza” granítica, respetando como adorno lo que en su día fue rampa exterior. También aquí, en un serio análisis, se pueden observar razones aritméticas basadas en la proporción de raíz vitruviana.
Como ven, nuestra Torre es algo más que un faro, es el punto de partida del que nace una gran ciudad que iluminará después de dos mil años nuevos estilos arquitectónicos. Por eso, la mirada de Hércules se detiene en el románico, en el neoclásico y en el modernismo, hitos urbanos que harán ciudad. Su mano se posa en la Ciudad Alta, Pescadería y Ensanche, que crearán urbanismo. Todo esto y mucho más fue y será contemplado desde lo alto de esos 242 escalones formados por huella y tabica que serán siempre nuestro punto de referencia.
“La haremos de planta basilical y con tres ábsides semicirculares y nuestra noble y dura madera servirá para cubrir la techumbre”. Estas fueron las palabras del anónimo maestro de obras al referirse a la Iglesia de Santiago Apóstol, en la Ciudad Vieja. “Y dados nuestros nulos conocimientos de la técnica ojival, dejaremos sin rematar la pila bautismal, y de esta forma nuestro templo/iglesia será un hacer románico y gótico”.
Todo esto fueron decires de aquel maestro de obras con autoridad y dudoso conocimiento. Por eso es bueno recomendar de este templo, tras incendios y derribos, la fachada Norte, la menos alterada y plenamente románica aunque con clara vocación compostelana, en la que pueden verse arquivoltas, florones y algún que otro capitel corintio de gran valor arquitectónico.
Para gloria parecida, la sana envidia de aquel siglo hace que nazca en la misma Ciudad Alta la Colegiata de Santa María del Campo, construyendo las naves laterales en estilo románico. La central se hará ojival, de igual manera que el rosetón. He aquí cómo el tiempo se une en la construcción espacial arquitectónica.
Y aunque en 1879 se realizó una importante transformación, no debemos olvidar que por su ubicación y valor edilicio el Papa Alejandro VI le había concedido el título de Insigne y el de Abadía. Hoy se lo hubieran concedido más por méritos del Abad que por sus presentes resultados.
Pero ya nadie duda de la capacidad de nuestros maestros de obras para crear y ordenar el espacio tal y como mandan los cánones y la nueva métrica del románico. Sólo nos faltaba ver la habilidad de los nuevos constructores del neoclásico y comprobar si éstos eran capaces de interpretar los nuevos/viejos órdenes como en Italia lo hicieran los grandes maestros del espacio, las tres “bes” del pasado: Brunelleschi, Borromini y Bernini. Buonarroti, el cuarto, es el tiempo.
Y no lo hicimos mal. Los tres órdenes griegos, y algún otro de cosecha propia, toman vida y hoy son parte importante de nuestro acervo cultural: Consulado, Gobierno Civil y, sobre todo, Casas de Paredes, primera arquitectura adosada de carácter monumental. Su estilo neoclásico, con soportales de piedra en esquina de fraile, en el decir acertado de Carpentier, hacen de este conjunto uno de los más bellos de la bien llamada Pescadería.
Poco antes, la frase de un escultor del siglo XVI, “hagamos sufrir al dios románico”, había hecho mella en nuestros creadores quienes, retorciendo la escultura, nos hicieron a todos culpables del pecado de Adán y Eva. Así dice la leyenda que nació el Barroco, arte tortuoso donde los haya, y si no, observen alguna de las obras del ilustre arquitecto Casas Novoa.
Pero serán las galerías por una parte y el modernismo de los Villar y Galán por otra quienes, con la Torre de Hércules, fijarán señas de identidad. El edificio de viviendas de Puerta Real (de Julio Galán) y el Quiosco Alfonso (de González Villar) son ejemplos del buen hacer arquitectónico y formadores, además de paisaje urbano. Y qué decir de nuestras galerías que hacen que A Coruña reciba el sobrenombre de “La ciudad de cristal”. Cientos de galerías de formas diferentes, libre competencia entre vidrio y madera, perfecta simbiosis entre forma y función, elemento separador de posibles temperaturas agobiantes, cámara entre el dentro y el fuera y –cómo no- precursoras en su parte estética de los muros-cortina de M. van der Rohe. La fluidez y dualidad espacial promovidas por los contemporáneos de Mies no son sino reflejo de nuestras galerías donde la premisa del gran maestro de la arquitectura, “menos es más”, se hace realidad.
Hasta ahora casi todo nos había salido bien. Una acrópolis amurallada de antes de Cristo donde se asentaron los celtas, una torre con leyenda, un pasado urbano que se hace ciudad a través de su arquitectura, más los ejemplos del románico, neoclásico y modernismo no nos pueden hacer olvidar algún que otro edificio barroco gallego, o determinados eclécticos, de gran interés arquitectónico, como el Palacio Municipal o el Banco Pastor. Seguro que los arquitectos de éste, posiblemente por aquello de ser el primer banco gallego, pasearon sus saberes por la hermosa ciudad de Chicago y trajeron impregnado en su mente el bello principio de que “la función hace la forma”.
Pero, enfrascados en este quehacer urbano y arquitectónico, los administradores de la ciudad permitieron remover tierras para hacer nuevos asentamientos, sin darse cuenta de que en algunos lugares en los que dieron licencia para excavar se encontraban todavía los restos del tirano Gerión, cuyos trozos habían sido esparcidos por el viejo Hércules en distintos puntos de A Coruña. Esto es lo que hizo que de nuevo el tirano cobrase vida y, como venganza de sus años bajo tierra, se instalase en muchos cuerpos y almas. Poco a poco fue destruyendo la ciudad y construyendo una nueva. Y hasta creó una gran empresa, denominada “Maldad S.A.”. Se sabe que de ella formaron parte constructores, promotores, arquitectos, concejales, alcaldes, banqueros,… son los que crean aquello de… “vez y media el ancho de la calle”. Y toman vida el taco de gres y la uralita vista, se crean ciudades-dormitorio: Barrio de las Flores, Elviña… y “Maldad S.A.”, dirigida desde el más acá por el resucitado Gerión, diseña arquitecturas monosilábicas, monocromistas y portadoras del virus –Menos es Mies-, considerando el ornamento como delito e ignorando que el scherzo era el tatuaje de J.S. Bach. Derriba, además, bellos y sublimes espacios arquitectónicos cuyo valor será irrecuperable.
Aunque a “Maldad S.A.” pertenecieron la mayoría, los poco blancos locales infiltrados inyectaron buenas arquitecturas plenas del discurso racionalista y se hicieron merecedores de ser hijos legítimos de los dioses blancos: Gropius, Mies, Wright y Le Corbusier. Alguno de estos infiltrados todavía pulula hoy por nuestros bellos acantilados.
Pero no hay mal ni maldad que cuarenta años dure,…y A Coruña contrata por mayoría a un nuevo Haussmann para que destruya al tirano y la ciudad se haga de nuevo balcón al mar. A partir de este momento se recuperan plazas: Santa Catalina, Pontevedra, Portugal,… y se crean modernos edificios que serán nuevos hitos urbanos en la ciudad. El Palacete de Santa Margarita, en su búsqueda referencial al Quattrocento, se quedó sin función que llevarse a su interior. Aunque, dejando en mal lugar aquello de los espacios mono-funcionales y nunca pensado para tal fin, hoy alberga para bien ciudadano la Casa de las Ciencias.
El Coliseum, arquitectura postfuncionalista con cierto alarde estructural y forzando el desplazamiento de su corona interior; provoca exteriormente dos volúmenes de cáscara con distinto radio en los que deja entrever la importancia estática del arco.
El estéril vacío de la arquitectura moderna y tardo-moderna provoca la reaparición de formas conocidas, donde se hace de la Historia valor Dependiente de la Forma con valor Independiente. Nace de esta forma el postmodernismo y con él, el Palacio de Congresos, arquitectura hipóstila circular, diseñada en base a proporciones vitruvianas y algo cinético en sus metopas.
El multifacético Arata –con su arquitectura de rodeo- roza la teoría sartriana existencia-esencia. La Domus, vela tapando un biombo, es una metáfora revestida de granito y pizarra.
Se recuperan nuevos espacios urbanos como la Maestranza, antiguo recinto militar hoy convertido en Rectorado, donde la “obra” sienta sus posaderas y sus jardines potencian la nueva imagen de un edificio que intenta conseguir algo idealísticamente superior.
Y Los Rosales, nueva ciudad para veinte mil habitantes, en la que bulevar, porches y plazas son su razón urbanística. Su forma geométrica, de similar parecido a un espermatozoide, tiene como máximo objetivo el control intelectual del hombre sobre su hábitat. Por último, al concluirse el Paseo Marítimo, recuperador de espacios visuales, se abre la ciudad al mar.
Y colorín colorado: este cuento ha empezado
TEXTO E ILUSTRACIONES: Antonio Vázquez Liñeiro
PUBLICACIÓN: J.A. Parrilla, A. Vázquez Liñeiro, J. López Cabana; Fisonomia Urbana de La Coruña, hoy, Ed. Gramela S.L., 1996
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